No sé si es una moda o lo pensamos de verdad, pero lo cierto es que muchos directivos afirman que esta crisis es sobretodo una crisis de valores. Se ha corrido detrás del último euro y se han dejado a un lado asuntos importantes que hay que vivir en las empresas, por ejemplo, los valores.
Yo, ¿qué valores tengo? En algún curso he puesto sobre la mesa la manera de conocer los valores que uno tiene. No es fácil saber cuáles son y probablemente, nos los deberían decir otros, quizá las personas más queridas. De todas formas, puede haber caminos que nos lleven a conocerlos.
El hombre es un ser que espera. Todos esperamos que nos pasen cosas buenas. Si hacemos una encuesta nos daríamos cuenta de que todo el mundo está esperando algo en el terreno profesional y en el personal: un avance, un cambio de circunstancias, un periodo más tranquilo, que llegue una determinada fecha, un reconocimiento, una llamada importante, una respuesta… Mala señal sería que no esperásemos nada. Si nos preguntamos qué cosas esperamos podemos conocer nuestros valores. Cuando esperamos algo es porque lo consideramos valioso: aquello es un valor para nosotros; lo esperado nos importa y nos mueve. Nos motiva. Aquí tenemos una primera vía para ir conociendo nuestros valores. Yo, ¿qué espero?
Otra vía es ver qué cosas no son “comprables” en nuestra vida. “Todo tiene un precio”, dicen por ahí y no es verdad. Hay cosas que no son vendibles a ningún precio. ¿Por dónde no pasaríamos por mucho dinero que nos ofrecieran? Si nos dieran todo el dinero del mundo por vender a nuestros hijos, ¿lo haríamos? Creo que nadie respondería que sí a esta pregunta; pero bajemos el nivel: ¿Y por ser infieles? ¿Y por faltar a la verdad? Esos son valores que tenemos.
Para terminar -no pretendo ser exhaustivo- cabría decir que el ser humano pasa la mayor parte de su tiempo pensando: no puede, o al menos es muy difícil, no pensar, ¿Qué pensamientos tengo cuando teóricamente “no pienso en nada”? Esta vía está relacionada con la primera, pero es más amplia: no sólo es lo que espero, sino lo que pienso, lo que me fabrico en mi cabeza, el mundo interior que construyo. Lógicamente, profundizando en ese mundo, puedo ir viendo los intereses que tengo, descubriendo lo que verdaderamente me interesa. Y seguro que allí aparecerán mis valores.
La única condición para que este proceso en que uno descubre sus propios valores sea provechoso, es la honestidad: no mentirse a uno mismo, decirse la verdad. Ésa, y no otra, es la gran dificultad.
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