Al acabar un curso el otro día, se me acercó una directiva para compartir algunas preocupaciones. Me dijo que actualmente no hay, o al menos no se oyen, personas que hablen de amor al trabajo. “Hace tiempo -continuaba- decir que uno hacía su trabajo vocacionalmente y con amor era una manifestación de orgullo personal; sin embargo, ahora, si uno lo dice probablemente sea mal mirado”. Puede que algo de verdad, no sé si mucha o poca, tenga.

El ser humano tiene dos clases de amores: aquellos que se pueden perder y los que no se pierden. Entre estos últimos se encuentran, por ejemplo, el afecto por la ciudad donde uno ha nacido y el amor a los hijos. Son amores que, sin hacer nada, se mantienen. Entre los que sí se pueden perder, nos encontramos, entre otros, con el amor a la pareja y el amor al trabajo. Son amores que no se mantienen solos. Al principio deslumbran y los sentimientos son muy fuertes, -al enamorarse o encontrar un buen trabajo, por ejemplo- pero, con el paso del tiempo, el entusiasmo se desvanece y puede estar uno más centrado en lo negativo que en lo positivo. Si uno no lucha por mantenerlos, por quererlos, por querer quererlos, por poner la voluntad en amarlos, en definitiva si uno no lucha por ser libre en el amor -para lo cual tendrá que emplear, además de los sentimientos, la inteligencia y la voluntad- es probable que aparezcan sentimientos negativos que le pueden impedir seguir queriendo.

En estos amores hay que saber que habrá épocas en que uno camine contracorriente; lo cual es normal: nadie es dueño de sus sentimientos. Cuando esto suceda, habrá que utilizar la inteligencia, para saber qué es lo que uno tiene que seguir hacer, y la voluntad para hacer aquello que uno ha visto que debe hacer. Si en el momento en que se pierde la emoción, el sentimiento positivo, uno piensa que ya no quiere, lo que realmente sucede es que no sabe qué es querer. Confundir el sentimiento con el amor es un síntoma de inmadurez que puede generar mucha inestabilidad en la vida. Una persona que piense así, nunca va a saber mantener sus amores, porque ese sentimiento no lo podrá mantener de una manera estable. Nadie puede: irá y vendrá. Es lo propio de los sentimientos, y nosotros somos dueño de ellos.

Aunque se pierda el sentimiento, el amor no se pierde. Si eso fuera así, el ser humano no sería libre porque no podría elegir sus amores al depender éstos de algo que yo no controlo: el sentimiento. Pasa mucho actualmente en nuestra sociedad. Creemos que el amor es solo sentimiento. Si al perder el sentimiento vemos sólo lo negativo, la vida se hará dura. Sucede en el ámbito profesional (nos centramos más en los colaboradores que no funcionan) y en el ámbito personal (estamos más pendientes de los defectos del otro que de sus virtudes). Son muestras de estar centrados en lo negativo.

La libertad tiene mucho que ver con vivir un poco al margen de los sentimientos. Cuando vivimos de esa manera, un poco por encima de los sentimientos, nos damos cuenta de todo lo positivo que hay en nuestra vida profesional y personal y nuestra visión es más equilibrada. El problema es que hay épocas en que hay que ir contracorriente. La vida es así. Merece la pena vivir la vida como es. Lo que no genera ninguna automotivación es vivir esclavos de los sentimientos.